jueves, 14 de agosto de 2008

Zapatero a tus zapatos



Nuevamente vuelvo a revisar el refranero popular como referente para entender la política de mi ciudad. No sería elegante acudir a ejemplos como “la linde se acaba pero el tonto sigue”, “más feliz que un tonto con una tiza” o “le das una gorra a un tonto y se cree capitán general”, motivo por el que obviaré estos dichos populares que en cierta medida reflejan lo que quisiera expresar pero aún así, lo intentaré.

Que a un profesional (incluso aficionado) de la conducción se le pidan unos estudios básicos (carnet de conducir) nos parece apropiado a todos. Del mismo modo, no depositaríamos nuestra confianza sobre un cirujano cuya profesionalidad no viniese avalada por unos estudios en medicina. Tampoco confiaríamos nuestra defensa judicial a alguien que no hubiese cursado Derecho ¡ni siquiera compraríamos a un carnicero que no hubiese obtenido el carnet de manipulador de alimentos!

En otros casos exigimos experiencia que puede venir o no avalada por estudios. Tal podría ser al caso de un albañil o un fontanero. Así podríamos seguir con múltiples ejemplos para, al final, determinar la formación debe estar acorde a la trascendencia de los resultados que las actuaciones que potencialmente se pueden tomar originen.

Qué duda cabe que nuestras acciones deben estar respaldas por un conocimiento del área en el que nos movemos ya que, en caso contrario, se corre el riesgo de perder la noción, sin criterio para valorar si lo que hacemos está bien o mal, de creerse capitán general, seguir con la tiza aún cuando la linde terminó o disfrutar con una tiza.

Revisando la información con la que cuento del equipo de gobierno, me encuentro con que sólo dos personas (si no cuento con la información oportuna, por favor, discúlpeseme) disponen de estudios superiores. El resto cuenta con formación básica. Si yendo un poco más allá uno se interesa por la experiencia laboral (un político debe ser un gestor, con dotes de mando y gran conocedor de las técnicas de liderazgo), el resultado es más desolador.

Este planteamiento, aplicable a cualquier grupo político de cualquier ciudad, hace pensar sobre la conveniencia de establecer unos estudios mínimos para todos aquellos que, con aspiraciones políticas, quieran acceder a un Ayuntamiento ¿Se ha parado el lector a pensar que, quizás, el futuro de su ciudad esté manos de alguien sin experiencia tomando decisiones que pueden afectar a su calidad de vida de forma irreversible? ¿Qué ocurriría si delante de su casa construyesen una gran autovía en base a un criterio de administrativo, operario o maestro? ¿Valoraría entonces la capacitación previa debiera tener un aprendiz de político?

Por favor, no se interprete todo lo expuesto como un planteamiento sectario y discriminatorio sino, más bien, realista: cada uno debe ser consciente de su preparación y sus posibilidades. Las inquietudes y aspiraciones son buenas pero los experimentos, mejor con gaseosa: quien quiera operar, que estudie y trabaje en medicina, “zapatero a tus zapatos” que diría aquel (ya se me ha vuelto a escapar otro refrán).

Ya veremos que nos depara el destino en estos años, tiempo más que suficiente para que más de uno retome los libros y comience, con humildad, a aprender, despojándose de “humos subidos” y vanidades que, no hay que olvidar, son temporales. En menos de tres años volvemos a hablar, seguro.

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