viernes, 29 de enero de 2010

Residuos radioactivos

El eterno debate de la energía nuclear se ha abierto recientemente con las -hasta ahora- tres candidaturas presentadas para “acoger” residuos radioactivos. Una oportunidad sin parangón para el debate, bizantino en muchas ocasiones.

Algunos hablan de peligros y riesgos tanto en el presente como en el futuro. Otros hablan de presente y trabajo. Cada grupo opina y si bien hay un margen para la subjetividad, lo cierto es que algunos hechos son claramente objetivos y difícilmente cuestionables.

Dentro de estos aspectos fuera de discusión, se encuentra el consumo energético. Nuestra sociedad consume energía porque nuestro estilo de vida así lo reclama. Nos gusta desplazarnos en coche (y no en burro), calentarnos con calefacciones alimentadas por combustibles derivados del petróleo (y no con leña), disponer de tecnología médica como la radioterapia, pruebas de isótopos, radiografías (en lugar de los remedios caseros) y beneficiarnos preventivamente de la biología molecular e inmunología con técnicas autorradiográficas, RIA... Todos estos avances tienen su consumo energético y es preciso contar con una fuente que nos suministre con la mayor seguridad, mayor eficiencia y mayor limpieza la energía necesaria.

Aquí es donde comienza el debate. Quienes apuestan por al energía limpias (eólica, solar) o por la nuclear esgrimen diferentes argumentos pero también en este sentido hay hechos que no admiten debate.

Así, la energía solar no es (no lo ha sido nunca) una alternativa real. Esta perspectiva actual puede que cambie en el futuro con nuevas tecnologías pero a día de hoy, no es una realidad. Hace años la energía fotovoltaica (unas de las aplicaciones de la energía solar) se almacenaba en contaminantes baterías de plomo y requería de unas secciones de cobre (contaminante también) monstruosas a fin de soportar las elevadas corrientes precisas para mantener potencias razonables con mínimas tenciones (cada oblea de silicio aporta 0,5 v). Actualmente, con tecnología más moderna, se produce una co-generación vendiendo la energía fotovoltaica a las grandes compañías con la ayuda de subvenciones que justifican su existencia. Se trata de una energía limpia, sin duda, pero no una alternativa.

En cuanto a la eólica parece más atractiva a primera vista. También usada para su venta en co-generación, tiene sentido en nuestro país si bien sigue representando un mínimo aporte energético al volumen global. Por otro lado, si hay alguien que piense que esta tecnología no produce daños, que acuda a los Monegros para desengañarse: gigantescos molinos de hormigón y acero no son el paisaje más natural para la fauna (que se aleja) y necesariamente los puntos de ubicación han de realizarse en entornos alejados de los núcleos urbanos (invadiendo parajes naturales).

Otras opciones más convencionales como las centrales hidráulicas o térmicas son admitidas sin mayor discusión ignorando el daño que las hidráulicas (obsoletas todas) hacen al entorno y, especialmente, las térmicas, quemando literalmente todo en derredor (para muestra un botón: Andorra de Teruel).

Si cambiamos el tercio a las nucleares, claramente aparece el problema de los residuos: es incuestionable que la actividad de los isótopos se prolonga durante varios cientos de años y ese es el tributo a pagar por nuestro estilo de vida pero no es menos cierto que tanto el rendimiento de estas centrales como su limpieza con respecto al medio ambiente (sin emisiones de gases de efecto invernadero ni perjuicio contra la capa de ozono) no tiene comparación con ninguna otra alternativa.

Nos asusta que episodios como el de Chernobil pudiera repetirse pero lo cierto es que sería imposible, tanto por tecnología como por el férreo control de seguridad al que están sujetas este tipo de centrales. Por otro lado esta energía es más limpia que cualquier otra y mucho menos agresiva con el entorno. Tampoco podemos olvidar que la energía que no generamos debemos pagarla y, sobre todo, lo hacemos a Francia, país vecino que, en caso de desastre nuclear, nos afectaría de forma similar a si la central fuese española. En Europa, un 33% de la energía procede de centrales de este tipo.

Dada la composición de nuestro subsuelo (con un elevado nivel freático y múltiples corrientes a las que debemos el nombre de nuestro pueblo), sería imposible la ubicación de un almacén de residuos en Ontígola. Aún así, entiendo que algunos alcaldes apuesten por albergar residuos y apostar por el empleo de sus vecinos y las múltiples inyecciones económicas que esto conlleva.

martes, 19 de enero de 2010

Adiós "Perla"

Sin duda éstas no han sido las mejores Navidades que recuerdo. Superado el ingenuo trance que supone asumir que los magos de Oriente no tienen el don de la ubicuidad, todo cambia. Este año me ha parecido marcado por las pérdidas. Pérdidas de amigos y conocidos, que le hacen a uno situarse en el más terrenal de los planos para comprender la temporalidad de nuestra existencia. No era mi intención escribir nada trascendente pero me veo venir.

Han sido varias las personas relacionadas con Ontígola que han fallecido en estas Navidades. Supongo que en otras también se habrán producido decesos pero o no me he enterado o no les he prestado la misma atención.

La última pérdida es de alguien conocido por todos los que, en mayor o menor medida, estamos integrados en Ontígola. “El Perla” nos dejó el pasado día 11 de una forma tan discreta que probablemente falleciera el día anterior de forma silenciosa, humilde. Alguien me dijo que murió como vivió, a “su bola”. Mi sensación es menos romántica.

Muchos han descubierto con su fallecimiento a una persona de muy escasos recursos económicos. No, por favor, no se me malinterprete: no hay nada despectivo en esta apreciación. Su modo de vida, cuando menos atípico, sin oficio ni beneficio, no le impedía relacionarse y tener buenos amigos en Ontígola. Trabajaba en lo que cada día le ofrecía, siempre correcto, no ofrecía un aspecto descuidado.

Nuestro amigo (así le consideraba) nos dejó. En una gran ciudad esto hubiera pasado desapercibido pero no aquí. Todavía tenemos “la grandeza” de ser un pueblo donde un vecino es capaz de acudir a casa de otro cuando advierte que hace días que no le ve; todavía somos capaces de establecer una colecta popular para pagar una lápida. Ojala ese espíritu no se pierda nunca aunque mucho me temo que tiene los días contados. Adiós “Perla”.